El mundo periodístico alguna vez acuñó una frase que más que eso se volvió una sentencia, sobre todo dirigida a la clase política: “No resisten el archivo”.
Esto podría aplicarse cómodamente al adolfismo hoy. Resuenan aún como en un eco sempiterno en las redacciones periodísticas y en los estudios radiales y televisivos proclamas como estas: Del “Poggi el mejor alumno de la escuela de gobierno”, al “Seremos cualquier cosa menos poggistas”,o uno más fuerte: “Poggi traidor”. Sin embargo, como bien dicen que la política es el arte de lo posible (y de los imposibles también), hoy, pisoteadas esas banderas lacerantes hacia contador cordobés, Claudio Javier, vemos a los seguidores de Adolfo Rodríguez Saá encolumnados detrás del peor enemigo hasta hace diez minutos.
Una voltereta impensada en la historia del peronismo desde el regreso de la democracia y mucho menos en toda la trayectoria del exitoso proyecto político peronista, triunfador desde 1983 hasta la fecha.
En el anecdotario y en los márgenes de las páginas de la historia política provincial contemporánea, quedaron registrados los altisonantes reclamos por la unidad peronista, sólo y solamente si le restituían al Adolfo el bastón de mando de todo el poder político partidario y el manejo discrecional de la lapicera para conducir a “piacere” el poder absoluto de todo el ámbito gubernamental en Terrazas del Portezuelo.
Toda una utopía descabellada que terminó en la nada. Más aún, en verdad queda claro que nunca estuvo ni cerca la posibilidad de éxito alguno de tal reclamo de unidad plagado de discursos beligerantes de algunos edecanes del Adolfo que hicieron presagiar desde el principio que la intentona terminaría en un barranco.
La furia, tan grande y acalorada culminó como una vendetta: Adolfo y su tropa terminaron abrazados al poggismo, rindiendo ante el hoy diputado macrista, (como también ya lo hizo el radicalismo), las más gloriosas banderas que supieron enarbolar hasta hace poco tiempo.