“El que rompe paga”, sentenciaba hasta hace un año una frase de bandera del Gobierno en tiempos de pandemia. La sociedad puntana aún sigue discutiendo y masticando bronca en relación a los hechos de violencia ocurridos el viernes pasado en ocasión de la marcha por “Ni Una Menos”.
Los hechos mostraron dos escenarios diferentes. Por un lado, un grupo mayoritario que cumplieron con su marcha planificada sin inconvenientes, una manifestación de mujeres y diversidades que evocaron los dolores, los femicidios, las discriminaciones, la violencia y tanto calvario hasta llegar a la adquisición de sus derechos que gozan hoy en una trayectoria donde les aguarda un mayor y merecido porvenir.
Por el otro los y las violentas de siempre. Las que en cada marcha dejan su impronta despreciable y repudiable de violencia y desmanes. Verdaderos estragos y destrucción a su paso cometidos contra edificios públicos, sindicatos y templos religiosos católico y cristianos.
Repudiable y condenable a todas luces que hasta deslegitima la marcha. Abogan contra la violencia y se comportan como extremadamente violentas. Un mensaje contradictorio y repudiable.
La gente discute el rol policial, las medidas de seguridad y se pregunta ¿Porqué dejan hacer? ¿Por qué les permiten destruir todo a su paso y no se hace nada?
Da la impresión que la policía tiene miedo de actuar con la firmeza y decisión necesaria. Y a veces, cuando tímidamente intervienen son golpeados. Tienen miedo al escrache social, a la crítica de cierta prensa que busca caranchear a partir de estos tumultos. Estos grupos degradante está buscando que los repriman para mostrarse como víctimas y enviar mensajes falsos a la prensa nacional.
La sugerencia sería conformar un cuerpo de mujeres policía custodiando estas manifestaciones y a la primera acción destructiva detener a los responsables. No debe actuar ningún policía masculino. Sólo mujeres, bien preparadas profesionalmente. No deben tener miedo. El pueblo los va a aplaudir, más allá del rapiñaje y carancheo de alguna prensa mal intencionada o alguien que busca sacar un rédito político rastrero. La gente, el pueblo y la sociedad los va a aplaudir. Esto no debe repetirse.
“El que rompe paga”, decía con acierto un slogan del gobierno en tiempos de pandemia. Desde el gobierno se ha anunciado que el Estado se hará cargo de las tareas de restaurar los sectores dañado en la Iglesia Catedral. El problema es que los fondos del estrado están constituido por los dineros que la población aporta en el pago de sus impuestos. La pregunta es: ¿Por qué los trabajadores, peones, empresarios y profesional deben pagar un daño que no cometió?
Estados Unidos es un país donde el pago de impuesto y el cumplimiento fiscal es sagrado so pena de ser enviado a la cárcel que falta a tales obligaciones. Sin embargo, los gobierno de cualquier color, Demócrata o Republicano tienen una bandera fundamental en la materia. Ellos dicen que hay que ser cuidadosos. Los obreros, plomeros, peones, industriales y comerciantes quieren saber en qué gasta el Estado los fondos que el pueblo aporta en todas escalas sociales y profesionales con sus impuestos.
Acá es lo mismo. Es injusto que los daños se paguen con el dinero conque obreros, peones, electricistas, zapateros, plomeros, albañiles, profesionales y empresarios aportan cuando pagan sus impuestos con tanto sacrificio. Restaurar con su plata, la de sus impuestos, un daño que no ocasionaron. ¡No es justo!
Acá debe actuar la justicia, identificarlos, detenerlos, iniciarles una causa penal y condenarlos a pagar por todos los destrozos que ocasionaron.
“El que rompe paga” no debe ser un simple slogan marketinero. Debe aplicarse en todos los casos, incluso en este. Así debe ser: ¡¡¡El que rompe paga!!!