Parecía una noticia más, apenas una curiosidad o una fake news sensacionalista; algo tan lejano como el país donde todo comenzó. Pero, paulatinamente, aunque con una velocidad inédita, los hábitos de la humanidad cambiaron. Lo que comenzó en la China milenaria, nueve meses después se nos hizo increíblemente familiar, dolorosamente cotidiano.
Hoy la realidad es comprobable, casi tangible: el coronavirus está entre nosotros y ya no ataca a personas desconocidas… ¿acaso quién no tiene un familiar o un amigo que lo padece? ¿quién no tuvo que despedir a la distancia a un ser querido, vencido por este enemigo invisible frente al cual no existe aún un arma de eficacia comprobable?
Las historias enmarcadas en esta pandemia se suceden en todos lados, incluso en una ciudad como Villa Mercedes, donde hasta hace tan poco no había ni un solo caso, pero que a la fecha ya superó los 5.000 diagnósticos positivos de COVID-19. A modo de ejemplo, un domingo por la tarde la provincia se consternó con la muerte de un enfermero, Fabián Núñez, que debió ser alojado en el Servicio COVID-19, del Hospital “Juan Domingo Perón”, el mismo sector donde se desempeñaba asistiendo a los pacientes más delicados. ¿Cómo no sentirse vulnerable, cómo no tomar conciencia de la gravedad de la situación, si quien había caído era un soldado de la salud?
No hubo velatorio para Fabián, no puede haber. Duele y molesta hasta llegar a ser inaceptable… pero esa tradición tan nuestra y tan necesaria implica un riesgo enorme que debe ser minimizado con la frialdad que demanda la toma de decisiones duras, aunque destinadas a preservar a la mayoría. Tampoco fue velado el pediatra Fernando Romero, ex director del “Juan Domingo Perón”, un héroe de Malvinas que trajo al mundo a generaciones de mercedinos, pero que también exhaló su último suspiro lejos de sus seres amados.
Muchos conocerán a Guillermo Isaguirre, trabajador judicial y militante justicialista desde su adolescencia. Aislado por ser caso positivo, nada pudo hacer por sus padres, que fallecieron con un par de días de diferencia. ¿Cómo asumir que esas dos personas, tan importantes en su vida, prácticamente se desvanecieron sin poder siquiera despedirse?. Cuántas personas han atravesado y atraviesan esa misma sensación de impotencia y desesperanza?. Muchos de quienes han sufrido alguna guerra aseguran que la pandemia se le parece demasiado, incluso no son pocos los que afirman que es peor.
Tras nueve meses de incertidumbres, en los que se ha visto lo peor pero también lo mejor del ser humano, se atisba una luz de esperanza ante la llegada de vacunas que podrían convertirse en la cura tan anhelada. El mundo entero desea que así sea, para poder retomar una vida más o menos normal, que asimismo nunca será igual.
Sin embargo, la única certeza hoy, a mediados de noviembre de 2020, es que no hay remedio que nos proteja del coronavirus. Apenas si el distanciamiento físico, el uso de barbijos y máscaras, y extremar las medidas de higiene, son los únicos recursos que tenemos y que apenas minimizan la posibilidad de enfermarnos o de contagiar a nuestros seres queridos. No nos garantizan salud, no nos aseguran una coraza impenetrable, pero es lo único que tenemos.
El virus que imposiblemente llegaría desde China, llegó; los desconocidos que enfermaban y morían en lugares lejanos, hoy, son amigos, son familia. El COVID-19 no pide permiso ni aguarda invitación.