Ana María Ponce, nacida en San Luis en 1952, estaba estudiando en La Plata, militando en la Juventud Peronista, cuando conoció a su pareja, Godoberto Luis Fernández, “Lucho”, con quien tendría un hijo, Luis Andrés, “el Piri”.
En 1977, poco después del secuestro de su esposo, Ana María “Loli” Ponce fue secuestrada el 18 de julio de ese mismo año por el Grupo de Tareas 3.3.2. Fundado en mayo de 1976 por orden de Emilio Eduardo Massera.
Allí, a escondidas, Ana María Ponce, Loli, escribe poesías. Narra. Cuenta. Fue vista por última vez en febrero de 1978. Dejo sus poemas a Graciela Daleo, compañera de cautiverio, gracias a quién hoy podemos leerlos.
Según el libro: “Putas y guerrilleras”, escrito por Olga Wornat y Miriam Lewin, Loli Ponce fue ahorcada en la ESMA.
“Loli” dejó muchos poemas escritos en cautiverio.
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“Quiero saber cómo se ve el mundo, me olvidé de su forma, de su insaciable boca, de sus destructoras manos, me olvidé de la noche y del día, me olvidé de las calles recorridas. Quiero saber cómo es el mundo, no recuerdo los rostros, ni los árboles, ni las luces, ni las fábricas, ni las plazas, ni el dolor del afuera, ni la risa de entonces. Quiero saber cómo se ve el mundo, hace tanto que no estoy, hace tanto que mis pies no se cansan por los recorridos, hace tanto que mis ojos no se queman con la luz, hace tanto que sueño la inasible situación de la libertad, hace tanto, pero tanto, que no tengo mi natural alimento, de vida, de amor, de presente, y estoy, a pesar de todo esto, a pesar de no creerlo, estoy juntando unas palabras, unas infieles palabras, que me dejen recordar cómo podría verse el mundo”.
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“No sé cómo llamar / a este silencio permanente, / a estas horas menos solas, / a esta incertidumbre, / a este cotidiano pasar, / a este estar sin estar / siendo y a la vez no siendo” (Ponce, 2011: 68). 6 En sus palabras también podemos notar cómo se hace presente una narrativa de la excepción, nos habla de ese mundo otro, paralelo, fuera de la norma. Nos habla de ese vacío, de ese abismo, de ese agujero en el tiempo y en el espacio. “Aquí las horas pasan más lentas / se me detuvo el reloj”.
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“Para que la voz no se calle nunca, / para que las manos no se entumezcan, / para que los ojos vean siempre la luz, / necesito sentarme a escribir”.
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“Mientras mis manos / puedan escribir / mientras mi cerebro / pueda pensar, / estaremos / vos, yo, todos. / y habrá un mañana.” (Ponce, 2011: 94). “Para que la voz no se calle nunca, / para que las manos no se entumezcan, / para que los ojos vean siempre la luz, / necesito sentarme a escribir”.
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“Que no me mientan, detrás de mí, espera el fin. Que no me mientan, detrás de mí, están los recuerdos, la simple alegría de vivir libre. Detrás de mí, Quedó un mundo que ya no me pertenece… Me miro los pies. Están atados. Me miro las manos, están atadas, me miro el cuerpo; está guardado entre paredes, me miro el alma, esta presa … Me miro, simplemente me miro y a veces no me reconozco … Entonces vuelvo a mirarme, los pies, y están atados; las manos, y están atadas; el cuerpo, y está preso; pero el alma, ¡ay! el alma, no puede quedarse así, la dejo ir, correr, buscar lo que aún queda de mí misma, hacer un mundo con retazos, y entonces río, porque aun puedo sentirme viva”.
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“Nada puede detenerme, he quedado detrás de las paredes, caminando siempre, dejando en la calle mí marca indestructible. Y mientras mi sombra pasa, lentamente, me van reconociendo los árboles, las veredas, la gente. Ya nada puede desprender mi alma de las cosas, quedó enraizada en los rostros, en las manos ajenas, en los ojos dolidos, simplemente quedó mi huella 9 de dolor. Y alguien, espera…”.