¿POR QUÉ SE ESTÁN MURIENDO LAS ABEJAS EN LA ARGENTINA?

(Por Eduardo Gargiulo)Es un fenómeno que sucede en Argentina y en el mundo entero. Le atribuyen a Einstein haber dicho que si se extinguieran las abejas, el mundo podría desaparecer en cuatro años, aunque es falsa. 

Enrique Páez había pasado dos días afuera cuando volvió a su casa del monte cordobés, en el Km 941 de la ruta 148. Era una tarde calurosa y despejada; recién empezaba marzo. Caminó 20 metros, se acercó a las colmenas que cría desde hace 35 años y supo que algo andaba mal. Las abejas aleteaban en el vacío, se daban vuelta, descontroladas, caían y no se levantaban. "Lo primero que pensé fue: «fumigación»", dice dos meses después. "Nosotros nos damos cuenta cuando están envenenadas". Al día siguiente cruzó hasta el campo vecino, donde suele crecer maíz y sorgo. Una huella más ancha que la de un tractor confirmaba el paso del mosquito fumigador. Ya sabía todo lo que tenía que saber. Pero no había pasado todo lo que iba a pasar. Al final del segundo día, 75 de sus 80 colmenas estaban muertas. En una semana, el terreno de enfrente pasó de ser un campo en floración, donde sus abejas colectaban néctar y polen entre mostacillas amarillas, a un desierto negro y quemado.

Enrique empezó a alertar a sus colegas, que vieron cómo la muerte se esparcía como una maldición gitana. Alfredo Montenegro perdería más de 300 colmenas. "Soy apicultor de toda la vida y jamás vi una mortandad tan grande y repentina", dirá después. El conteo final arrojó 910 colmenas muertas entre seis productores. Como se calculan entre 50 y 60.000 ejemplares anuales por colmena, eran entre 45 y 54 millones de abejas muertas: el 60% de la producción local. La miel no había sido cosechada y las pérdidas alcanzaban $1.360.000. En junio, los apicultores subieron el cálculo a $2 millones, en base a los núcleos -cuadros con una reina fecundada- y los kilos de cera que no lograrían producir.

Hasta ese momento, la zona de Traslasierra -una región de monte nativo, semiárida y con pocas lluvias, combinación que restringe la proliferación de enfermedades- era un refugio seguro para los pequeños productores locales y para los que llegaban de San Luis y la Pampa Húmeda, expulsados por la expansión agrícola.

Esa franja de 25 kilómetros cuadrados, a la vera de la ruta que comunica Villa Dolores (Córdoba) con Villa Mercedes (San Luis), produce una miel con un foco especial en los cortes de floración: cosechas específicas y diferenciadas, apreciadas en todos los mercados. Pero las mieles boutique están amenazadas. En el este y el sur de Córdoba los apicultores ven cómo un pool de grandes empresas los van rodeando con lotes de siembra directa, que apuntalan monocultivos de trigo, sorgo, maíz y soja con agroquímicos.   

"La abeja puede recorrer hasta cuatro kilómetros en busca de alimento, lo que multiplica las posibilidades de contacto con lugares contaminados", explica Matías Muñoz, productor y técnico que trabaja en la delegación de Córdoba de la subsecretaría de Agricultura Familiar de la Nación.

"Traen las máquinas de afuera, entran, tiran y se van -explica Enrique-. Son herbicidas muy fuertes, con un poder residual de hasta 10 días". Con la llegada del otoño y la falta de néctar, sus cinco colmenas maltrechas ahora están hibernando. Sólo le queda esperar la primavera para reiniciar la producción. "Hubo una aplicación de algún pesticida que mató a las abejas", confirmó el 8 de junio Matías Fernández, de la delegación Villa Dolores del Senasa. Aunque la entidad aún no dio a conocer cuál fue el producto nocivo, un especialista que pide reserva y tuvo acceso a los estudios sobre ejemplares, pedazos de cera, miel y polen asegura que se trata del fipronil, insecticida incluido en un barbecho que actuó sobre el estado larvario de las posibles plagas. Prohibido en países como Uruguay, afecta el sistema nervioso y motor de las abejas. Así empezaron las muertes masivas: "Si aplicaron de día, contaminaron en el momento en que la abeja estaba yendo a la flor. Cuando volvió a la colmena, transmitió todo ese pesticida".

En aquel momento, los afectados esperaban que el Estado respondiera de manera más urgente y enérgica. Pero la primera respuesta de la Secretaría de Ambiente provincial fue que no tenían nada que ver. Y el juez de paz no quiso trasladarse a los campos. Dos semanas después, la Sociedad Argentina de Apicultores (SADA) llevó el reclamo a la sede porteña del Ministerio de Agroindustria. Los productores hablaron de crisis y culparon a "la política agrícola intensiva vinculada al uso de agroquímicos", según reportó el sitio Infocampo. No era precisamente música para los oídos del ministro Luis Miguel Etchevehere, presidente de la Sociedad Rural entre 2012 y 2017, que respondió con una pregunta y un pronóstico: "¿Cómo piensan convivir con eso? Porque el modelo no va a cambiar".

Aunque es un fenómeno global, la crisis de la industria mielífera golpea con una intensidad especial Argentina. En 2010 había 33.781 apicultores y 4.151.178 colmenas anotados en el Registro Nacional de Productores Apícolas. En febrero de 2018, eran 9.227 apicultores y 2.322.975 colmenas: un desplome del 73% y 44%. En La Rioja se perdió el 99% de los apicultores y en San Luis, el 89%. Las provincias más productivas también muestran bajas alarmantes. Buenos Aires tenía 10.200 apicultores en 2010. Este verano eran 2.535. Córdoba pasó de 4.104 a 674; Santa Fe, de 4.165 a 944.

La mañana del 18 de abril pasado, los apicultores cordobeses se plantaron frente al Congreso. Los acompañaban colegas de General Belgrano, Chivilcoy, Bragado, Las Heras. También de Mercedes. Entre el cortinado blanco de los ahumadores, una nena-abeja vestida como la protagonista del video de "No rain", de BlindMelon, corría feliz en medio del caos y el olor dulce. La reunión con Etchevehere había echado más leña al fuego. La SADA, que nuclea a 2.000 productores, difundía una declaración apocalíptica: "Las abejas están desapareciendo. Porque están desapareciendo sus montes, sus bosques, sus flores. Los apicultores están desapareciendo, y pocos jóvenes se acercan ya a la apicultura, porque han desaparecido las chacras, las flores, y el campo se volvió marrón y se sumergió en venenos". 

Habían llegado al Senado invitados por Fernando "Pino" Solanas, veterano de la causa ecologista y director de Viaje a los pueblos fumigados, que denuncia las consecuencias sociales de los monocultivos, el uso de agrotóxicos, los desmontes y el éxodo rural. Dentro del recinto, el cineasta insistió a sus compañeros de la Comisión de Ambiente y Desarrollo Sustentable que "sin abejas no hay vida". Los productores se fueron con una media sonrisa. La senadora barilochense Silvina García Larraburu, autora de un proyecto de ley para promocionar la biodiversidad en ambientes cultivados, pidió a sus colegas: "Tomemos conciencia de cómo nos estamos intoxicando". 

De vuelta en la calle Entre Ríos, el vocal de SADA Alejandro Martín explicaba: "Las plantaciones están llegando al límite de las ciudades. Y donde hay soja no hay apicultura, porque se planta hasta las banquinas. Se hace una fumigación inicial de herbicidas, que matan las flores, y después se usan insecticidas, que matan a la abeja. Si no muere envenenada, muere de hambre". Su colega Leonardo Bori, vecino de Tito, contaba que en Mercedes los cambios son notorios: "Casi toda la vida fue un partido mixto: 50% agricultura y 50% ganadería. Ahora hay un 70% de agricultura". En los últimos 15 años, su producción bajó un 30%. Con menos áreas de alimentación para las abejas, busca floraciones tempranas en Tigre y en las islas de las Lechiguanas del Paraná o los eucaliptales entrerrianos de Ubajay; por ahora, la soja no crece en el agua. 

Entre 2010 y 2018, argentina perdió el 73% de sus apicultores y el 44% de sus colmenas. "Las poblaciones de abejas vienen decreciendo desde hace varias décadas", advierte Ivana Macri desde el Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (UBA-Conicet). Es un fenómeno mundial. La comunidad científica habla de Síndrome de Colapso de Colonias (CCD por sus siglas en inglés). Cuando las obreras desaparecen repentinamente, empiezan a bajar las reservas de alimento para la reina y su cría. Algunas mueren, otras se resisten a comer y la colonia entra en un letargo que termina en la desaparición completa. El colapso no solo perjudica a los amantes de la miel y sus derivados. Las abejas polinizan el 77% de las plantas que producen los recursos alimentarios de todo el planeta. De su trabajo dependen todas las almendras, el 90% de manzanas y arándanos, el 47% de los duraznos y el 27% de los cítricos.

Los científicos creen que el CCD tiene una explicación multicausal: parásitos como los ácaros del género Varroa, monocultivos que eliminan las flores, y agroquímicos que pueden generar en las abejas "un estrés y un debilitamiento que las haría más susceptibles a la acción de patógenos". (La Nación)

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